Comentario
Contrastemos los párrafos de dos biógrafos de Roosevelt, ambos favorables al personaje, pero uno obnubilado sólo por lo que ve y toca y el otro consecuente con la estructura del entramado.
1. "Un nefasto villano llamado Abraham Lincoln asesinó a un digno ciudadano que llevaba el nombre de John Wilker Booth, la luz eléctrica inventó a Edisson, los ejércitos belgas invadieron a la pequeña y pacifica Alemania en 1941, el vapor "Titanic" echó a pique a un témpano que se le vino encima y Hitler apaciguó a Chamberlain en Munich. Invertir los hechos en esta forma puede resultar gracioso, si no monstruoso; pero no tan monstruoso como la leyenda asiduamente propagada por los que se complacen en enlodar la figura de Roosevelt diciendo que él, y no los japoneses, han hundido la flota norteamericana en Pearl Harbor" (8).
2. "La falta de un acto abierto de agresión privaba al presidente del arma que necesitaba: la oportunidad de dramatizar una situación, de interpretar un acontecimiento. Le era imprescindible tener una oportunidad semejante para dos cosas: despertar los instintos del pueblo y, más aún, galvanizar al Congreso" (9).
La historiografía revisionista (opuesta a la oficialista y/o convencional) sobre los hechos que llevaron a Pearl Harbor hizo su aparición al poco de finalizada la guerra. El ataque fue iniciado por Charles A. Beard con su President Roosevelt and the Coming of de War, 1941 (1948), quien, con la destreza de un jurista y la técnica de un maestro en historia, hacía constar que el líder americano se había extralimitado en sus poderes constitucionales y evadido de sus compromisos políticos con el propósito de meter a Estados Unidos en la guerra.
El tema fue repetido y ampliado por varios historiadores, incluido el almirante Kimmel, el destituido y juzgado jefe de la base atacada y de la flota hundida. La tesis, sintetizada, podría resumirse así: Roosevelt favoreció el ataque japonés mediante presiones diplomáticas y económicas, no comunicó informes importantísimos a los comandantes de Pearl Harbor y mantuvo deliberadamente la flota del Pacífico en esa base, en espera de que fuese atacada, para, de ese modo, llevar al pueblo norteamericano a la guerra, unido en torno a su administración (10).
Como ya vimos, el ejecutivo americano quería la guerra, pero sin siquiera intuir tal divina sorpresa. El problema, confesado por el propio presidente quince días antes, era cómo presionar a los japoneses para que disparasen el primer tiro y evitar al tiempo daños excesivos, lo cual, en palabras de un gran -y comedido- historiador diplomático, señala a Washington como inductor de la decisión tomada por Tokio de golpear, aunque no pueda "concluirse de esto que Estados Unidos más bien que Japón fuera la parte más responsable del estallido de la guerra" (11).
USA fue por lana y salió más trasquilado de lo que esperaba. USA indujo a la potencia japonesa al ataque en la fundada creencia de que éste sólo podía realizarse por donde ellos habían previsto, pero los japoneses se las ingeniaron para forzar la entrada por Pearl Harbor. No es que en esta operación hubiera algo de heterodoxo, sino que técnicamente se tenía por un prodigio rayando en lo imposible y fuera del alcance de las posibilidades japonesas.